Estábamos desayunando en familia cuando la leí la noticia en el diario. No dudo en reconocer que esa mañana fue una de las más emocionantes de mi corta vida, que reconozco no es muy emocionante si mi alegría pasaba por poder ir a sacar multas con mi celular. Es que la idea me cautivó: poder ordenar el tránsito, enseñar a las personas a comportarse mejor… Por fin iba a hacer algo importante.
—Ma, Cri es un botón. (El primero en opinar fue mi hermanito.)
—No hijo, tu hermano quiere contribuir con la Ciudad, hacer de esto algo mejor. No está nada mal lo que quiere Macri. Seguro que el sistema es un éxito en Europa.
La verdad que lo que pensaba mi hermano mucho no me importó, porque tiene 12 años y porque siempre fue el rebelde de la familia. Lo que sí me desconcertó un poco fue que cuando estaba por entrar al baño, me agarró Zulma, la señora que trabaja en casa: “Macri no es todo lo bueno que tu mamá dice Cristian. Subió los impuestos y sólo arregla las zonas de los ricos. Con esto de las multas, lo único que quiere es recaudar más plata sin invertir un centavo. No gastes tu tiempo en eso”.
Pasé por el CGP para buscar un celular con cámara, no sé bien de dónde saqué la idea, porque las chicas de ahí me dijeron que estaba loco, que eso no había salido en ningún lado. Yo no sé si lo soñé o lo imaginé, pero estaba seguro que regalaban teléfonos con camarita para hacer el trabajo. Igual, el mío saca fotos. En ese mismo lugar, las mismas chicas me dijeron también que todo corría por mi cuenta: tenía que sacar la foto, poner la PC y mandarla por internet; pero de mi casa. Bah, si iba a un cyber me iban a cobrar, me aseguraron.
Reconozco que no es lo mismo caminar por la calle como si nada, que observando todo con ojos de “buen ciudadano”. Uno pasa mil veces por una esquina, pero nunca mira si el cordón está o no pintado de amarillo. Todo es distinto. Uno mira todo con más atención, y todo parece suceder más despacio.
El primer auto que encontré mal estacionado fue un Peugeot 504. Cuando me preparé para fotografiarlo, el dueño se bajó. Me preguntó, a los gritos, qué hacía, que quién me creía que era, que era un hijo de p*** y que me dejara de romper las bolas porque me iba a cagar a trompadas. Me asusté. El señor era bastante grande, cada brazo parecía una pierna de Moria Casán y peor fue cuando amagó a pegarme. No te miento si te digo que desaparecí más rápido que un Porsche 911.
Ya más tranquilo, me crucé con un policía y le comenté lo sucedido. Es que seguía muy asustado y a cada rato miraba para atrás para ver si el del 504 me seguía. Al policía parece que mucho no le gustó lo que le expliqué, porque me habló de mala manera.
—Pibe, te estás metiendo en un negocio que no te corresponde. Dejá hacer las cosas a quien corresponde. Metete en lo tuyo.
Yo no entendía nada. Una vez que me decidí a ser un buen ciudadano, sentía que tenía al mundo en contra mío. Igual no iba de aflojar así nomás.
Continué con la caminata y me crucé con un Honda New Fit parado en doble mano. Le saqué la fotito (siempre con la patente en el centro de la imagen), pero la señora que manejaba se enojó mucho y empezó con los alaridos: “Estás loco. Qué te pensás que sos. Andá a vivir tu vida y dejame en paz. No ves que no molestó a nadie”. Yo le comenté por qué lo hacía. Pero la chica se empacó. Me dijo que haga lo que quiera, pero que ella iba a dejar el auto ahí cinco horas más. “A ver qué vas a hacer”, me despidió.
Me fui tranquilo, sabiendo que había hecho mi primer trabajo. No miento si les digo que por dentro sentía una especie de satisfacción que me hizo acordar a cuando manejé por primera vez. Ese sentimiento de control, de dominación. Eso no hizo más que aumentar mi emoción.
Al seguir con el trayecto, un Renault 18 GT II familiar, que no sé por qué decía 4x4 a los costados, estaba parado en la puerta de un garage. No lo dudé, pero me tuve que apurar porque el hombre ya se estaba yendo. A diferencia de los demás, el tipo no modificó su conducta cuando me vio, pero sí se acercó a hablarme: “Señor (sí, él a mí me dijo señor), le pido disculpas, es que traje a mi madre, que es una persona mayor, y paré para ayudarla”.
—No hay problema –contesté-, pero eso me dijeron que se lo tiene que decir usted a no sé quién, después que le llegue la boleta.
Sin perder la calma ni cambiar ninguno de sus gestos, el hombre me dijo:
—Si te parece, te doy 20 mangos y desaparecés. Al fin de cuentas, sale más barato que arreglar a un poli. Si seguís haciéndote el valiente, voy a averiguar quién sos ¿lo tenés que poner en el mail, no? Y te juro que te vas a arrepentir de lo que hacés.
No entendía nada. El hombre tranquilo, de repente, me hizo pegar un cagazo de aquellos. No lo pensé mucho, 20 pe eran 20 pe y el resultado era todo ganancia, más que nada porque la amenaza no me había gustado nada.
Mi experiencia en el primer día como ayudante de control de la Ciudad de Buenos Aires no fue excelente, pero no dudo que mejorará en el futuro. Creo que más gente debería sumarse a esta iniciativa, ya que le generará muchos recursos al distrito con bajo costo, porque los gobernantes ahorran mucho dinero al no contratar personal. Si todos -o al menos los que tengan un celu decente- nos controlamos unos a otros, podemos llegar a tener un tránsito más ordenado. Como en Europa.
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