Un colega no pregunta hacia dónde vas. Te acompaña.
Un camarada no te reclama, no te exige ni se enoja. Siempre está ahí, a tu lado.
Un verdadero compañero no separa los malos o buenos momentos. Para él, cada día es una aventura.
Un compañero macizo siempre está ahí, a la espera de tu necesidad. Jamás te dirá que no.
Un compinche podrá estar presente en tus más alocadas andanzas y hasta ser partícipe de ellas, pero nunca revelará tus secretos.
Un camarada de los que no sobran no hará diferencias sociales ni económicas. No importa si vos tenés más dinero que él, o si él pertenece a la clase “premium”. Una relación de corazón es puro complemento.
Un acompañante de ruta te respeta. Respeta tu silencio si no querés hablar o grita con vos a los cuatro vientos si tenés ganas de cantar. En la amistad no hay estados de ánimo, hay compañía.
Un amigo leal por ahí pasa toda la vida a tu lado o sólo algunos instantes. Tal vez disfruten viajes inolvidables o de los peores. Poco tiempo o mucho, bueno o malo, el auténtico amigo siempre dejará una huella en tu corazón.
Un amigo fiel no te pregunta hacia dónde vas, no te reclama ni te exige ni se enoja, no divide los momentos en buenos o malos, nunca se aleja, tampoco te juzga, no se fija en tu dinero ni en tu clase social, ni en tu religión y menos en tu equipo de fútbol, jamás en la vida te faltará al respeto, emprenderá cada viaje a tu lado, más allá si fue parte de tu vida todos tus día o hasta el último. Es más, será él quien lleve tu cajón.
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